1. Señala las características que
hacen que este texto pertenezca al Realismo:
“A la hora y cuarto de haber empezado
a cloroformizar a la paciente, Saturnina salía presurosa de la
habitación con un objeto largo y estrecho envuelto en una sábana.
Poco después, bien ligadas las arterias, cosida la piel del muñón,
y hecha la cura antiséptica con esmero prolijo, empezó el despertar
lento y triste de la señorita de Reluz, su nueva vida, después de
aquel simulacro de muerte, su resurrección, dejándose un pie y dos
tercios de la pierna en el seno de aquel sepulcro que a manzanas
olía”.
Benito Pérez Galdós, Tristana.
2. Razona si este texto pertenece a la
estética realista o a la naturalista.
“Volvióse Perucho hacia la botella y
luego, como instintivamente, dijo que no con la cabeza, sacudiendo la
poblada zalea de sus rizos. No era Primitivo hombre de darse por
vencido tan fácilmente: sepultó la mano en el bolsillo del pantalón
y sacó una moneda de cobre.
-De ese modo... -refunfuñó el abad.
-No seas bárbaro, Primitivo -murmuró
el marqués entre placentero y grave.
-¡Por Dios y por la Virgen! -imploró
Julián-. ¡Van a matar a esa criatura! Hombre, no se empeñe en
emborrachar al niño: es un pecado, un pecado tan grande como otro
cualquiera. ¡No se pueden presenciar ciertas cosas!
Al protestar, Julián se había
incorporado, encendido de indignación, echando a un lado su
mansedumbre y timidez congénita. Primitivo, de pie también, mas sin
soltar a Perucho, miró al capellán fría y socarronamente, con el
desdén de los tenaces por los que se exaltan un momento. Y metiendo
en la mano del niño la moneda de cobre y entre sus labios la botella
destapada y terciada aún de vino, la inclinó, la mantuvo así hasta
que todo el licor pasó al estómago de Perucho. Retirada la botella,
los ojos del niño se cerraron, se aflojaron sus brazos, y no ya
descolorido, sino con la palidez de la muerte en el rostro, hubiera
caído redondo sobre la mesa, a no sostenerlo Primitivo. El marqués,
un tanto serio, empezó a inundar de agua fría la frente y los
pulsos del niño; Sabel se acercó, y ayudó también a la aspersión;
todo inútil: lo que es por esta vez, Perucho la tenía”.
Emilia Párdo Bazán, Los Pazos de
Ulloa
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